martes, 21 de febrero de 2017

Un pacto de sangre

FAUSTO

Fausto era un anciano que lo sabía todo, menos el misterio de la vida. Se hizo mago, mas todo fue en vano. Sin haber tenido mujer e hijos ni haber disfrutado de los placeres del mundo, desconsolado no esperaba sino la muerte.

Cuando iba a beber un brebaje mortal, escucha absorto el jubiloso toque pascual de las campanas. Arroja la copa de veneno y sale a la calle con su discípulo Wagner. Un perro les sigue, el cual entra también a la habitación de fausto cuando este retorna. El perro se hincha desmesuradamente, arde y de las llamas surge un caballero.

Era Mefistófeles, el diablo.

Le promete, a Fausto, hacerle gozar de la vida plenamente, con la condición de que este le entregue su alma. El doctor acepta, firma el pacto.

En el antro de una bruja, bebe fausto un filtro y se transforma en un joven arrogante y habido de vivir el placer.

El otro día en clase planteamos el dilema de la obra “Fausto” de Goethe, ¿El bien o el mal? ¿El disfrute o el sacrificio?¿La espadita azul o la roja?

Normalmente no es tan sencillo distinguir el bien del mal, no hay un cartelito que nos indique el camino correcto que nos conduce a lo correcto.

Porque, ni el ser humano mismo, tiene ni idea de qué es lo bueno y qué es lo malo. Dejando de lado los prejuicios que nos impone la sociedad y que, a todos, nos afectan, podríamos afirmar que aquel que es malo, es el que le produce daño a otro pero ¿Y si ese otro se lo había causado antes? ¿Merecería ser castigado o deberíamos darle un trato mejor por estar por encima de él, provocando que le causase más dolor a otra persona? ¿Somos dignos de castigar a alguien por sus acciones? Quien sea libre de pecado, que tire la primera piedra.

Fausto se deja llevar por los placeres que llevan al “infierno” para disfrutar de su vida, pero en muchas ocasiones esto conlleva a no tener en cuenta la del resto. Pero en el fondo, Fausto no es un egoísta insensato, engañado por el diablo, rectifica y opta por ser mejor, por no tomar el camino fácil del cartelito y arreglar el daño hecho, por amor.

Fausto, nos enseña a no actuar por egoísmo, porque la vida de una persona no le afecta solamente a ella, y a corregirnos porque nunca es tarde para intentar hacer las cosas como creamos mejor.





“Todo el mundo aprende lo que se puede aprender, pero el hombre perfecto es aquel que aprovecha su momento.”

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